miércoles, 13 de junio de 2012

Fisuras y grietas.



Había tantas cosas por averiguar: ¿Que necesidad hay de romperse todo? ¿Por qué la mancha era mancha y no arte? ¿Por qué la ironía es lo que realmente quiero decirle? Todo iba llegando a su fin, la luna roja nos miraba sin mucha más importancia que sus otros hijos. Llegó el momento de despedirla; me doy cuenta porque hay un pacto entre las miradas que anticipan el futuro. Ella me mira, me sonríe, y el pacto se destruye por su salvaje naturaleza que me enamora. Sin embargo no ordenamos el mundo como queremos, y la situación se repite; no muero.

Ella me mira, me sonríe; le sonrío, el pacto se vuelve a formar en el ritual de las miradas. Ya es casi un hecho saludarse a la distancia, ya la tensión excede su capacidad de expresarlo. Ella lamenta su largo viaje, él se mufa de su suerte retrucando lo bien que estuvo acompañado. Ella sonríe, yo muero, revivo. El pacto se vuelve a crear, basta de miradas, es hora de decir adiós.

Saludo formal, social, coloquial. Beso en el cachete, o ni eso. Para él terminar la noche con ese saludo era como decir que el sol brillaba por un ciclo de explosiones químicas. Los cuerpos se acercaron, los cachetes se frotaron manteniendo la distancia entre el resto de los cuerpos evitando la explosión. Último saludo, ella gira, se va.

El frío; volver a casa con las manos en los bolsillos y el corazón caliente. Otra vez una mala lectura, otra vez esa estúpida necesidad que la grieta nos fije la atención por sobre la estructura. Siempre lo mismo, siempre yendo por el camino hecho pelota. Quejarse del camino, pero en cuanto aparecen los atajos solo tomarlos para volver al ripio y romperse todo.

¿Por qué la mancha por sobre lo blanco? ¿Por qué la grieta por sobre la arquitectura? ¿Por qué volver a las tierras de llanto? Hay tantas cosas por averiguar.

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