Había tantas cosas por
averiguar: ¿Que necesidad hay de romperse todo? ¿Por qué la mancha
era mancha y no arte? ¿Por qué la ironía es lo que realmente
quiero decirle? Todo iba llegando a su fin, la luna roja nos miraba
sin mucha más importancia que sus otros hijos. Llegó el momento de
despedirla; me doy cuenta porque hay un pacto entre las miradas que
anticipan el futuro. Ella me mira, me sonríe, y el pacto se destruye
por su salvaje naturaleza que me enamora. Sin embargo no ordenamos el
mundo como queremos, y la situación se repite; no muero.
Ella me mira, me sonríe;
le sonrío, el pacto se vuelve a formar en el ritual de las miradas.
Ya es casi un hecho saludarse a la distancia, ya la tensión excede
su capacidad de expresarlo. Ella lamenta su largo viaje, él se mufa
de su suerte retrucando lo bien que estuvo acompañado. Ella sonríe,
yo muero, revivo. El pacto se vuelve a crear, basta de miradas, es
hora de decir adiós.
Saludo formal, social,
coloquial. Beso en el cachete, o ni eso. Para él terminar la noche
con ese saludo era como decir que el sol brillaba por un ciclo de
explosiones químicas. Los cuerpos se acercaron, los cachetes se
frotaron manteniendo la distancia entre el resto de los cuerpos
evitando la explosión. Último saludo, ella gira, se va.
El frío; volver a casa
con las manos en los bolsillos y el corazón caliente. Otra vez una
mala lectura, otra vez esa estúpida necesidad que la grieta nos fije
la atención por sobre la estructura. Siempre lo mismo, siempre yendo
por el camino hecho pelota. Quejarse del camino, pero en cuanto
aparecen los atajos solo tomarlos para volver al ripio y romperse
todo.
¿Por qué la mancha por
sobre lo blanco? ¿Por qué la grieta por sobre la arquitectura? ¿Por
qué volver a las tierras de llanto? Hay tantas cosas por averiguar.
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