En
todos los pasos que damos, algunos parecen más pesados que otros.
Pasa que el barro que nació de la lluvia del encuentro hace todo más
difícil. Levantar los pies y andar. Es ese momento, cuando
reparamos que por delante, un sol gigante rojo e imposible de
contemplar a simple vista va transformando el agua caída de encuentro
en amor para así negar el desierto en pradera. Las flores nacen al grito de
un 'te quiero' y al abrazo de un 'te extraño'. El yo se fundió en
nosotros y el sol se contempló a tu lado. Ya no era necesario verlo
a los ojos y quemarse frente la estrella si la inmensidad recaía por
completo en sus ojos. Los amaneceres pasaron y con el los besos y
abrazos. El sol los alimentaba, y ellos al sol. Cada día brillaba más
intensamente y la tierra se veía poblada de la más hermosas flore y fauna. Los animales comían en una inestable armonía de la
abundancia vegetal. Sin embargo, el sol ardió tan fuerte como ellos
y comenzó a secar la pradera. Los besos se hicieron arena y la
pradera se convirtió en desierto. Ese día se hicieron yo y
volvieron a caminar para embarrarse de vuelta.
Escrito originalmente una madrugada del 30/01/12, publicado en otra madrugada de insomnio.
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